6.21.2006

Con la cara limpia

Ese martes estaba yo lavando la ropa en una lavandería la cual está situada a una cuadra de mí casa. La humedad era horrenda; tan solo faltaba el olor a pescado para que el ambiente se asemejara a uno de esos pueblos del litoral colombiano en donde los niños juegan fútbol sin zapatos, y donde venden jugo de borojó hecho con agua estancada.

Como la lavandería no está lejos, corro con la suerte de poder poner la ropa a lavar y no tener que esperar a que salga; puedo irme para la casa, tomar juguito de melón frío, quitarme los zapatos y hacer pereza mientras la ropa está lista. Eso, mientras no esté estudiando. Por estar en verano y no tener que cumplir horarios de oficina puesto que trabajo desde mi casa, todo se facilita, no existe afán alguno. Si estoy estudiando, aprovecho esos intervalos para hacer lo que se tenga que hacer.

En fin. Sale la ropa de lavar y la pongo a secar. A mi salida, me encuentro con Oscar. "El Pana" - como le dicen - es un personaje muy peculiar. Es coterráneo mio, de Medellín. Desde hace 4 años vive acá en Paterson. Según dicen, tuvo que salir de Colombia por que lo iban a matar. Al pelao' le gusta el vicio. En pocos meses adoptó la moda ghetto con la cual se infecta la mayoría: pantalones costaludos a la altura del ecuador del culo, camisetas iridiscentes, estrambóticas, del tamaño de las batas que suele colocarse mi abuelita para dormir, una gorra inmensa que le cubre los ojos y que aun posee la etiqueta con la que vino, y unos tenis cuya lengua parece que éste mismo tuviese un siamés. Con esa pinta, es difícil escaparse del prototipo marihuanesco. Oscar lo tiene, aparte de eso lo es. Es botánico, y encima de eso, administra una farmacia ambulante.

"Que mas parsero, como me le va?" dice Oscar, con una sonrisa algo asimetrica. "Bien llave" le contesto con algo de asombro. Resulta complejo saber cuando Oscar está o no bajo la influencia de la divina yerba. Me comenta que está algo aburrido, que no encuentra que hacer, "panita, en mi rancho mi mama no hace otra cosa que joderme la vida, entonces por eso me vengo para la calle, pero al llegar aquí, en estas avenidas tan basofias encuentro a tres mil replicas de mi vieja".

Los viciosos son personajes algo peculiares, ya lo dije. Oscar me explica que quiere ponerse a trabajar y a estudiar "juicioso", que la vida que está llevando no lo va a conducir a ningún lado; que quiere poner a su "cucha" (madre) a vivir bueno. El tipo comienza a filosofar pero todos esos raciocinios se quedan ahí, enjaulados en simple verbo; Oscar reza y empata, como dice el dicho.

Al terminar su cátedra me dice que mi cara está muy limpia, que el acné que solía tener 2-3 años atras se ha desvanecido; me dice que está desesperado, que que me estoy echando, que el se está acomplejando, que muchas veces no sale a ningun lado por miedo a que la gente haga comentarios con relación a su rostro. Noto algo de desespero en su tono de voz. "Eso es una larga farra hormonesca que con el paso de los años se termina", le digo yo en medio de mi asombro por lo incoherente del comentario. "Si, eso me dicen todos, será hacerme el güevon", contesta con algo de frustración.

Oscar conoce las calles, ha vivído, esta imbuído de una bohemia destructiva, pero bohemia al fin y al cabo. Sus comentarios con relación al hosco ambiente callejero se alternan con aquellos relacionados a los cientos de jarabes y medicinas que se ha hecho para mejorar su piel. Dice que soy un buen muchacho porque salgo poco de mi casa; nunca me meto en problemas. Conozco el mundo por medio de libros; Oscar ha estado allí, lo soba, es su víctima, divaga por entre las calles mugrientas, con una crisis existencial camuflada en la ropa más costosa; un existencialismo que se torna tangible en baretos, querellas, grafittis, alcohol, risas y sangre. No presume. No escribe, no lee, pero vive. Yo apenas frunzo el ceño. Mi familia dice que soy culto. Admiran mi pequeña biblioteca: Leo pero no vivo.

Esa tarde, luego de haber doblado la ropa limpia, y ya en casa, me quité el rostro y lo doblé encima de un libro de poemas de Ginsberg, no sin antes haberlo lavado como quien anhela desinfectarlo. Que viva Oscar.

1 Comentarios:

Blogger Raúl Álvarez dijo...

Me agrada mucho tu relato, enseña a vivir la vida que solo se vive una vez y a no encerrarse en su entorno, sino de conocer cada vez mas realidades y experiencias que solo la calle y la aventura pueden dar.

8:16 p. m.  

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