Balada del Azúcar
Los círculos de pegote de zarzamora
han tatuado la mesa de ébano sobre
la cual apoyo mis desdeñados codos.
Enjaulo mi tiesta en una mazmorra de huesos
y tendones que gozan cada vez que
sobo los armoniosos sables de un elefante.
Observo como las frías hijas de Goliat
atraviesan los milenarios cárpatos de
nicotina hasta llegar a sus oasis de miel.
Mientras mis ojos le escupen al madero,
envío plegarias al poeta de la honda:
esto sería un calvario para el yurumí.
Buscando luz y aceptación, prendo una vela,
escribo y advierto que los espejos me duelen:
cuanto diera por ser una hormiga.
Esto es: feliz, trabajadora, dulce y bruta.
Juan E. Villegas
han tatuado la mesa de ébano sobre
la cual apoyo mis desdeñados codos.
Enjaulo mi tiesta en una mazmorra de huesos
y tendones que gozan cada vez que
sobo los armoniosos sables de un elefante.
Observo como las frías hijas de Goliat
atraviesan los milenarios cárpatos de
nicotina hasta llegar a sus oasis de miel.
Mientras mis ojos le escupen al madero,
envío plegarias al poeta de la honda:
esto sería un calvario para el yurumí.
Buscando luz y aceptación, prendo una vela,
escribo y advierto que los espejos me duelen:
cuanto diera por ser una hormiga.
Esto es: feliz, trabajadora, dulce y bruta.
Juan E. Villegas
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