6.26.2006

Añoranzas

Ayer domingo, en horas de la mañana, regresaron mis dos abuelos a Colombia. Estuvieron por espacio de un mes, cosa que para nosotros es algo sumamente valioso, puesto que son los únicos días del año que podemos disfrutar junto a ellos.

La ida al aeropuerto es lo mas desgarrador que existe. Ese par de viejos bañados en arrugas y experiencias odian, al igual que nosotros, el tener que decirnos adiós. "Cuidese m'ijo, mucho juicio, obedezcale a la mamí", decía mi abuela con una voz, que si bien tenia fisuras, era recia. Mi abuelo, en cambio, es un niño sentimental. Se limitó a escupir por los ojos; lloró a mas no poder. "Lo quiero mucho pelao'", fue lo único que dijo antes de entrar a la sala de embarque.

Hoy, todo vuelve a la normalidad. Me levanto y la casa se halla inundada por silencios. Ya no veo a mi abuela sentada en el comedor tomando cafecito y llenando sopas de letras con un lapicero roido. Y a mi abuelo, ese cuchito cascarrabias y sabelotodo, ya no lo veo sentado en la sala viendo los partidos del mundial, haciéndole barra al equipo más débil.

"Ya no vive nadie en ella, y a la orilla del camino silenciosa está la casa / se diría que sus puertas se cerraron para siempre, se cerraron para siempre sus ventanas", dice la canción.

Mientras mi madre vuelve a acostumbrarse a la ausencia de sus viejos, mi hermano y yo, volvimos a la normalidad. Acribillamos a esa nostalgia de domingo y volvimos, cada uno, a nuestras viejas andanzas: El con su nickelodeon y yo con mis libritos.

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