2.25.2007

Remembranzas

Hurgando en en la carpeta de 'mis documentos', me encontré con un texto que redacté hace dos años, en un impulso típico de joven imberbe e iconoclasta. Ignoro si tendrá valor literario alguno, mas sin embargo debo admitir que quisiera escribir ahora con la misma pasión y energía con que solía escribir en aquel entonces, cuando esto, para mi, no era mas que una "jodienda"....Júzguelo:

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Recuerdo, si mal no estoy, que al sonar las mesiánicas campanas del parque, las brujas de la pereza me acechaban. ¡Dogmas! Corría por pasillos de angustia, de impureza, de rabia y me bañaba en conformismo, estregando mi lozanía con pudor, cuestionando el sí de las cosas. Crecí al son de misas llenas de ripios retóricos y palabras bombásticas por parte de curas chupacirios, donde el cáliz manchaba sus sotanas y donde estos hacían de Dios una maldita oblea; crecí danzando alrededor de fogatas donde el aguardiente hervía en metales y solía ser fundido en un paladar que no era el mío. Ya desde el vientre esculpía la acción, nadaba en aguas ajenas, no cavilaba; era de la plebe. Desde un comienzo mi sangre ha sido roja y mi corazón ha estado situado a mi izquierda, descarado aquel que niegue ser socialista...

¡Cuanto anhelaba ese elixir! Engullía orgullo, me asfixiaba en adulaciones. Nunca vi a Dios y leía cuentitos que mancillaban mi pueril intelecto. Manoseaba el piano, destilando fugas, bemoles y demás codas que apabullaban el vicio. Despertaba boyante, jugaba naipe con el sol, corría persianas, y merodeaba por esas calles pútridas de mendigos, de gente normal, de filósofos mentecatos, fieles copias del suscrito. Nutría mis ganas de vivir con música, risas y demás extravagancias. Recuerdo si mal no estoy, que Juan era otro. Que perseguía gallinazos y pintaba la luna, husmeaba calidez, sonreía. ¡Que quimera! Miento.

Recuerdo, si mal no estoy, que yo era un alquimista de la acción. Tímido, eso si. Pregonaba esperanza, cosechaba sangre, exhalaba quietud y a la vez pomposidad. Moldeaba adjetivos, era necio, corría, saltaba, jugaba, era yo. ¡Ah! Mi niñez, que linda que era. Pintaba figuras dionisiacas, trazaba juegos mefistofélicos, emanaba ganas de vivir, un existencialismo que hervía a borbotones, que inundaba mi hogar, que hería a mi madre. Lo terso de mi alma me permitía calar la belleza con la inocencia. Tenia el impulso intacto, ¡dormía a pupila abierta! Caminaba con mi padre, lo admiraba, veía en él a mi supuesto destino. Maté a los genes y re-inventé la ciencia. ¡Mis sesos eran de arcilla!

Recuerdo, si mal no estoy, que iba mucho al campo. El olor a melaza subía en espiral por mis ganas e hizo que yo ahogara a la envidia... Una vez, conversé con el tango arrabalero. Su amigo, el lento vals, se embriagó con saliva y bailó a más no poder, hasta que la suela de sus zapatos gimoteó de dolor. ¡Dios lloró! Una mañana el sol no asistió al festín, ¿Qué sucede? – Me preguntaba a mi mismo- Mi ego exclamó que todo se había esfumado, esa utopía enjalmó su bestia y se marchó cuesta abajo, por la vereda de los sueños quebrantados. El conformismo desfilaba por entre la maleza, sigilosamente marcaba su territorio, circundaba mi ira. ¡Detestaba la metrópolis! Aborrecí el trajín y viví a más no poder. Yo pinte círculos de inercia.

Antaño, si mal no recuerdo, yo anhelaba el partirme en tres: ocio, moral y dolor. Respiraba con fervor. Pellizcaba al cielo y machucaba triviales esperanzas. ¡La decadencia estaba prohibida! Discutía con Verlaine y jugaba quinielas con la quietud, hurtaba oropeles, dormía en los brazos de la fiebre. ¡Hampón digno de admiración! La moralidad fastidiaba, el vértigo se apartaba de mí, era un cochino santurrón. Caminaba sobre la hierba y servía como ejemplo para futuras generaciones. No mataba, no moría, la irreverencia me era desconocida, destilaba esnobismo.

Antiguamente, al comer, chasqueaba órdenes y no las vomitaba, ¡ya quise yo el haber podido experimentar una gastritis amoral! En la mesa, intercalaba prosas con ángeles, quienes con sus etéreos cabellos amordazaban mi curiosidad; torniquete moral y tartufo. ¡Leguleyos celestiales! Mis ganas brincaban, tocaban con sus dedos la locura, se sentían apresadas, eran aprehendidas por las insulsas leyes. ¡Al diván con la ética! Mi sien era vidente, se emborrachaba con sudor. Era niño y por ende manipulado...Juré venganza, le quité la mujer – la fe - a la iglesia, ella me amaba. Yo exigía el poder acantonarme en mi infantil guarida. Era un proxeneta de la golosa, exegeta de la verdad. Putrefacción total. Lidiar con lo pulcro, esas fueron mis bases. Mama insistía en vivir bien, en respetar, en comer oblea, en ir a misa y oír hablar a chamanes con sotana que predicaban amor a mi Señor; acciones que reemplazaban los espíritus por copas de vino, dialéctica barata, saetas y demás vulgaridades. Predicaban acerca de mi Dios, ese que no era albañil de templos, el sensato. Hoy temo ser mal interpretado. ¡Revolución divina! Subordinado del cielo terrenal es lo que soy. Mi meta: El súper hombre, no el de capa ni escudo, ni mucho menos el de Nietzsche. ¡No! aquel hombre casto de pensamiento. Los tendones de mi ira fluctúan entre lo manso y lo loco. ¡Brindo con sudor! Antes lo tenía todo, es decir, nada, es decir, la dicha entrelazada con guerra, jugaba balón en la playa de Tolú. No era yo. ¡Vendía nubes de ética en Junín! La academia de la razón era mi paraninfo y su rector, la calma; pero deserté.

Hoy, feliz de la dicha, aislé mis facultades; mi silencio ya no está subyugado. Las farolas le dan la bienvenida a los sinsontes; sus gargantas nadan. Al despertar, degollo al alba, mientras dejo que las lechuzas carcoman mi oreja. No quiero oír. Masturbo a las nubes. El ocaso me coquetea caminando, pues, por el camino del exceso. ¡Dizque que amaba!, blasfemia; hoy doy yo la vida por los dioses olvidados; nado en mares antiguos. Recuerdo, si mal no estoy, que habité en la mentira. No culpo a nadie, las generaciones han estado dormidas desde siempre, con el dedo en la boca. Yo también, dormía sonriente, con una inocencia digna de morfina. Cara de idiota – tierno en ese entonces – Lloré también. Al ser reprimido, veía a la música como mi efugio. Hologramas emocionales, yo los creé, yo los destruí...yo los anhelo. Fui un vividor, mantenido, mi madre sufría - si que sufrió mi progenitora – Nunca trabajé por miedo a que mi imaginación se malgastara. Viví a mi manera, me pimplé miles de tazas de café, leí, escribí, dormí, entoné himnos en honor a la molicie, evite horarios, le rendí culto al ocio. ¡Que bastardo! Nunca supe que fue el odio, amor por doquier fue lo que tuve. No reniego, pero anhelo el haber podido saborear esa hiel del desprecio, todo por forjar el alma. Tuve sed. Ya quiso el mundo que me uniera a la saga de estupidos feligreses. Vanguardia total...amo a Dios, pero nunca, - oídme bien - nunca sabré que es el drogarse con el opio de la humanidad. Que quemen a los ateos, a los místicos, a los fanáticos.

En las noches, si mal no recuerdo, mi congoja fallecía, recibía al enemigo del crepúsculo con maracas, tamboras, risas, licor. Y sumaba falacias, y las degustaba. Pensé en Ella, una, y dos, y tres y muchas veces. Me obsesioné. Si mal no recuerdo, hice un trato, cree un puente de palabras indestructible; los cimenté sobre mi libido. Y ella callaba, asentía, y compartía conmigo. Y yo despertaba cada mañana, sudando, y veía nubarrones de nostalgia. Y anhelaba el poder verla, atiborrarla de mi ser, hastiarla. Esta es la hora en que no se si lo logré, talvez sí, de pronto, nunca, no lo sé.

Antaño, si mal no recuerdo, no lloraba, sequía total, cero lagrimas, era una zozobra abstracta, mas que las otras, aun así, era tangible. Y yo le escupía al destino, y amarraba mi corazón a un mástil, a uno lejano, a uno que no conocía. Icé mi pabellón en tu aldea. Anclaba mi barco en un mar de celos, y me estancaba, ¡lo disfrutaba! Yo no pedí nacer, ni querré morir, ni sabré vivir, pero que lindo es el habitar, el despertar cada noche, sudando, abrumado. Yo logré amputar a la luz y me bañé en mirra. Cosí mis tendones con lino persa, con amor trivial y con pena ajena. Fui un mal nacido, pero jugaba libremente, sin camisa de fuerza, sin tedio. Emborraché a Dios e invente mi destino. Hoy divago. Dios está sobrio y El no me cree.

Antaño, si mal no recuerdo, escribía con alheña, me bañaba con sangre, refregaba arena en mis ojos y rayaba mi pupila; dormía en paz. Casé cuervos en mi alcoba con saetas malditas, con cerbatanas de amor. Logré dormir en la luna y soñé en grande, en medio de mi contradicción, yo teñí la vida y sonreía con mis labios cocidos. La piel se desplegaba de mi cuerpo y mientras éste sangraba yo me elevaba; la sangre se diluía en mi espíritu; en ese espíritu soñador tan enemigo de la carne pecadora y celestial. El nervio tosía.

Antaño, si mal no recuerdo, yo no solía escribir en prosa.


Juan E. Villegas

1 Comentarios:

Blogger Warren/Literófilo dijo...

Excelente narración, y si, a todos nos pica el gusano de la prosa, espero que me sigás leyendo la novela amigo, ¿la leiste toda?

9:04 p. m.  

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