10.25.2008

Sebastian Villegas y los bemoles de la tristeza

Texto y foto: Juan Esteban Villegas

Advierto que no es nada mío. El honor se lo dejo a otro. Si mucho coincidiremos en el amor por Nietzsche, el vino barato y las niñas bonitas.

Lo conocí de botas platineras, jeans ajados, con un piercing en cada oreja y con sus pómulos salpicados por el baile de pus de los años enanos. Acariciaba una Fender de baja monta. Sus dedos cuajaban temas de Malmsteem y Metallica. De vez en cuando, Romanza, la anónima. Enruladas como las de Ninón (como diría Antonio Tormo en una de sus canciones) sus largas greñas dormían ilustremente sobre sus hombros.

Lejos de su tierra, pero más doloroso aun, de su madre, Sebastian acariciaba los trastes de su guitarra con rabia. Ya lo hace con delicadeza, que como diría Silvio, no es lo mismo, pero es igual.

Pero los toques de hoy han abortado ya el estruendo. Me refiero al estruendo estruendoso. El de ahora, es un estruendo frágil, casi tímido, pero también altivo y penetrante. Sus dedos pueden lograr que un Re mayor suene igual o más triste que un Do sostenido menor. El triste es él; no el acorde.

Del Capricho Diabólico de Paganini, Sebastian Villegas puede pasar a uno de esos bambuquitos colombianos que huelen a boñiga y a nutria. En sus sueños, Segovia toma café con Gil Montaña, y si hay otra silla, bien se puede colar Antonio Lauro y Agustín Barrios. Y Bach mirando por la ventana.

Atrás se quedaron el jean roto, la aretica, las botas, y las camisas negras que intentaban dibujar una tristeza mal sustentada. La de ahora es en serio. No necesita de ropa oscura. ¿Qué va a saber una anacrusis o una escala menor de moda?

Junto a su atril, un cuarzo. Mas allá, un retrato de su madre. En otras palabras, otro cuarzo, pero carniforme. No tiene más audiencia que los cientos de libros que su papá, Jorge, manosea cada que tiene un “break” en la factoría.

Sin saberlo, este joven de 19 años de edad, oriundo de Medellín, Colombia, toca para Foucault, León de Greiff, Lautreamont, Borges, Onetti, Kristeva y Camus. No aplauden, por que el silencio es la suerte de los espíritus virtuosos. Sebastian colombiano, y Colombia tan falta de cultura.

Para García Lorca y Unamuno también hay. No es sino que cambie de guitarra y Villegas salta al gramado con una bulería o una seguiriya. Así es el, ecléctico, polifacético, con máscaras sinceras. Y olé.

El único estudiante de música del Passaic County Community College de Paterson; el único capaz de metérsele de lleno a esa bestia indómita y bella que es el pentagrama. Es Sebastian Villegas, mi amigo. Al diablo con la objetividad.

Prende la huqqa (pipa árabe) y pone a hacer café para ambos. En el fondo, “La Patética” de Lucho Beethoven. En la sala de su casa ya no hay rastro de las dos guitarras. Muere el alemán.

De la nada, es decir, de donde Sebastian nació, sale un oud; una especie de guitarra enana alimentada a punta de Wendy’s. Gorda como las ganas que tenía yo de oírlo.

Las notas que salen de este instrumento huelen a Namibia, al sobaco de Rumi, o a la boca de Khalil Gibran.

Un joven colombiano, criado a punta de agua de panela, acotando melodías sirias, iraquíes y persas, para quien su estadía en el PCCC es algo meramente transitorio. El piensa, pero no en grande por que grande ya es. Aspira ingresar al Mannes School of Music, en New York.

Hace una pausa, toma café y aspira la huqqa. Traquean las falanges. Y hasta quizás su alma también. Y vuelve el oud a la masacre de la mediocridad.

Flamenco, clásico y más clásico. Así es Sebastian. Un joven cuyo vasto conocimiento musical no lo impide de hablarle a sus semejantes con esa firmeza que solo la humildad otorga. Es un orgullo. No digamos que hispano por que así lo estaríamos limitando. Es un orgullo y punto, más no final.

El hijo de Nora y Jorge, el joven de voz turbia y profunda. El parsero. El guitarrista. El Sebastian que, con sus canciones, hará no que vibre el mundo, sino la vida misma. Esa misma que lo odia. Por que ella sabe que contra él, no se puede competir...

Mientras tanto, las cuerdas siguen sonando. Y yo termino el café. El artículo aun no.

Eso le corresponde a él.

1 Comentarios:

Anonymous Anónimo dijo...

Brindo por esos tiempos en el cual, el café, la pipa arabe y las tertulias a media noche no son más que un sinónimo de amistad, descansando por caminos atravezados.

Carajo, que chimba!!! que son mis parseros.

Saludos, camaradas.

10:18 p. m.  

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