3.19.2007

Memorias de una Rumba

Al llegar a la farra, lo único que pude ver fueron las sombras de aquellos minúsculos cuerpos totalmente amalgamados, ceñidos los unos a los otros, cuan cigarros empaquetados. Pero además de aquellas siluetas sudorosas y erotizadas, pude también ver las copas de aguardiente Cristal saltando de boca en boca, como si tuvieran vida propia.

A excepción de sus brazos (los cuales se agitaban como quien estuviera nadando) los cuerpos de los hombres, recostados sobre el paredón a mi izquierda, permanecían inmóviles, entonando a todo pulmón las letras de la música amatoria, y deleitándose, a su vez, con aquellas niñas disfrazadas de mujeres quienes restregaban frenéticamente sus caderas sobre su centro de azúcar. Tanto ellas como ellos parecían estar obligados a ser parte esa bella y macabra orgía infantil, en donde el jean era el único malo del paseo.

Mientras las bocinas del equipo de sonido vomitaban reggaeton por montones, fui a la cocina a buscar una cerveza. La destapé sin ganas, prendí un cigarro, y salí al patio.

Afuera, se oian los cucuyitos cantar lo mas de bacano. El frío era glacial. El perro de al lado no hacia otra cosa que ladrar, cosa que para mi fue algo sumamente bello, puesto que gracias a sus ladridos, el tacum, tacum...tacum, tacum de aquella música de mierda, ya no se escuchaba.

Mientras fumaba placidamente, me acordé de vos, de esas noches de agosto en las que parqueábamos el carro en cualquier parque, a oír "musiquita rara" y a hablar de todo un poquito; en las que yo me paraba encima de los carros y declamaba aquellos pésimos poemas que escribía con tanto empeño y que con tanto amor vos me celebrabas; en las que comíamos mango juntos y tu siempre te pedías la pepa; en las que, en un colchón, jugábamos a ser grandes y a querernos; en las que, acompañados por un buen tinto, te leía los cuentos de los hermanos Grimm y luego me pedías que te los explicara.

¿Sabés de que mas me acordé? De la vez que fuimos a Miami. Si no hubiese sido por vos, por tu cara de mujer hecha y derecha, la recepcionista no nos hubiese dejado registrar en el hotel. Vos siempre has aparentado mas años, no solo por tu cuerpo (porque buena si estás), sino también tus manos de durazno maduro.

Llevábamos meses ahorrando plata para el paseo. No te alcanzas a imaginar cuantos cigarros, tazas de café, libros y chicles me abstuve de comprar; algo que quizás haya sido bueno para la salud de este minúsculo cuerpo el cual estoy condenado a cuidar, pero si que fue un calvario para esa naturaleza bohemia que yo siempre me he empeñado en adoptar (el masticar chicle es un vicio yuppie, dirás vos ahora).

Ahora dudo si vos pensabas igual, pero yo no iba a dejar que nos cagaran las vacaciones por el simple hecho de que, en ese entonces, ninguno de los dos tuviese la mayoría de edad requerida para ese tipo de cosas. Hasta hoy me pregunto como convenciste a esa morenita para que nos diese la alcoba.

Mientras dialogabas con ella, yo me senté en el lobby a hojear ese librito de Beckett que compre el día que nos acostamos por primera vez. Me situé lo más lejos posible del espejo que se encontraba allí (si hay algo más cruel que no tener plata para comprar cigarrillos, es un espejo). Ese libro era una mera excusa para prentender que mis ojos estuviesen entretenidos en algo, pero es que cuando de niñas lindas se trata – debo admitirlo - la literatura vale mierda. Vos te veías lo más de chimba: tenías ambos codos apoyados sobre el mostrador de la recepción, estabas un poco inclinada hacia delante. De vez en cuando levantabas el pie izquierdo, haciendo que tu talón coqueteara con esos muslos que tantos suspiros me robaron.

Mas sin embargo todo cansa. Al cabo de un rato, me dispuse a leer el librito dizque "en serio", y fue ahí cuando volviste con la tarjeta de la habitación en tus manos. "Vamos pues", me dijiste con una cara de amargura esas que lapidan. Alzaste las cejas, torciste los labios como si fueses leporina y me hablaste en un tono de voz idéntico al de tu mamá. Quizás esa sea otra razón por la cual aparentes ser mayor.

Así nunca me lo hayas dicho, yo se que tuviste una pelea con tu familia cuando les comentaste del viaje. Tu mamá una vez me dijo que la niña de sus ojos no podía irse dos semanas para Miami con un tipo que no creía en Dios, no trabajaba (para ella todo lo que no fuera lavar baños, no era trabajo), desayunaba con Marlboro y era dizque "soberbio".

Si. Paradójicamente vos eras la niña de sus ojos, una niña cuya juventud se fue por la puta cañería por que siempre tuvo que trabajar para mantener a una familia la cual ella no pidió tener; para costearle el vicio de fumar a una madre que se había cansado de serlo desde hace mucho; una madre que cada vez que llegaba del part-time de limpieza, no hacía otra cosa mas que quejarse de los líquidos aquellos con los que limpiaba los orinales, los cuales – decía ella con un tono de mártir - le dañaban las manos (esas mismas manos con las que tan salvajemente te pegó esa vez que te fuiste para mi casa "sin permiso", a celebrarle el cumpleaños a mi mamá, a esa suegra que se desvivía mas por vos que por su propio vástago).

Ahora que lo pienso, yo creo que vos me pusiste primero en tu vida no tanto por que me quisieras, pero por que te sentías en la obligación de hacerlo: te sentiste endeudada puesto que viste en mí el efugio para ausentarte de esa vida tan gonorrea que te tocó vivir.

A ojos de la cuadra en la que vivíamos (llena de viejitas cantaletosas y amargadas las cuales no hacían otra cosa mas manosear escapularios), vos siempre aparentaste ser la mas "dada" a esta relación, y yo, como para variar, el hijueputa, el inmaduro, el rogao', el raro; como si no se necesitaran dos personas para que hubiese una pelea.

Pero esa manada de hipócritas la hubiese pensado doble antes de decir que yo no te quería si supiera cuantas botellas de vino deje de abrir, y cuantos libros deje oler por estar con vos, viendo películas insulsas en la misma cama sobre la cual ahora jugás con el otro. Pero esperar a que un montón de cuchas, quienes pecan y empatan, y que se ahorcan en camándulas, entiendan que significa el abandonar a Kierkegaard, a Kundera, a Joyce, a Vallejo, a Schwob o a Poe, es quizás mucho pedir.

El caso es que vos confundiste altruismo con sacrificio. Y eso, al igual que este relato, da tristeza. Vos misma das tristeza.

Aquel trance, lleno de bellos y agrios recuerdos, terminó a la par con mi Marlboro. Como por arte de magia, el perro dejó de ladrar y aquella música burda y sintética, volvió a asecharme. Yo creo que lloré. (Continuará...)


Juan E. Villegas

1 Comentarios:

Blogger GIORLAND dijo...

Ayyy mi Juan... he aqui la respuesta de la pregunta que evadiste ayer...
No te imaginas cuanto te entiendo
(Un suspiro compartido)

10:59 a. m.  

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