8.17.2006

El arte de discurrir

La pienso con mi hemisferio izquierdo, el zurdo
así, torcido como mi comportamiento mal sustentado
de joven precoz, de poeta de servilleta y universitario de
versos chuecos, dedos curtidos y mochila indígena.
La pienso porque si, la pienso porque no... ¿Porqué qué?
¡No indague, mujer! no vaya a ser que la brisa
de la duda le rasgue el cachete ya besado por mi boca de café,
y que al responderle se deshinche la oreja fría y pulida que usted posee
para oír lo que no digo, por que lo que digo ya mora en sus muslos,
en su desquiciada espalda ansiosa de sábana rota, miel y cigarro.
Y si la pienso es porque Dios provoca, incita y ladra,
ladra con babas (por eso es que llueve), para que mi
raciocinio se pudra y lo deseche, lo muela en el trapiche
de su axila, esa axila que colinda con el busto efímero y fiel
que pende de su tórax bañado en bórax y que baila al son de un
solo de piano que ejecuto con rabia mientras me quito el rostro...
La pienso, y mi tupida, sonora y casta pestaña le soba
su sien al cien, y entiendo que mi hemisferio izquierdo
no es mas que un pretexto para quizás dejarle a usted saber
que no la pienso, porque pensar no es un arte, y no quiero
tampoco hacer de mi arte el pensar en una niña que no gime
con el verso de un loco barbudo, traga marlboro y hippesco
quien toca piano, cree en dios (con minúscula) y es zurdo.

Juan E. Villegas

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