10.08.2006

Despertar

Eran tres: un rastafari quien vestía de falda escocesa y tenia el labio perforado; un argentino de boina y delirios de poeta y otro carechimba con ínfulas de skater quien me tenía hasta la coronilla con su muletilla verbal: “guevon”. Cuatro con el suscrito.

Debajo de unas gradas de un estadio de fútbol americano, en un rastrojo repleto de botellas de cerveza, papeles, cajas de cigarro, condones y golondrinas muertas, nos sentamos a ver esa luna tan grande que pendía anoche de aquel manto azul y tímido.

Sacaron una botella de Buchanan’s y la rotaron de izquierda a derecha. De uno de los bolsillos de su suéter de lana azul oscuro, el de la boina estilo Tom Sawyer extrajo cinco puchos de hierba, cada uno del tamaño de un lápiz 2B. El rastafari comenzó a acotar su jiga marihuanesca. Los rotaban de derecha a izquierda y viceversa. Luego, se los peleaban. Yo no fumé, o por lo menos no hierba. Y mientras ellos reían, se tiraban en el piso y acariciaban sus mejillas con los pedazos de vidrio y el barro que se esparcían libremente por el piso, yo miraba las tupidas y cochinas trenzas del rastafari untadas de mierda. “Que traba tan quijotesca”, decía el mientras gateaba en el piso cuan bebé en su corral.

Me tomé una cerveza, aspire siete cigarros y deposité en mi boca cuatro pastillitas de menta. No mordí ninguna. Todo esto, siempre pensando en vos. Te extrañé a cantaros y maldije a mis ojos, a las putas, a la sal, a los viciosos, los pulcros, la música, los libros, a Dios y al sol. Con el mismo lapicero con el que rayo paredes, empalé a la distancia.

Razón tuvo mi mente al pensar que ésta no había sido una noche amena....fueron mil.