11.30.2006

Vagabundear

Harto ya de estar harto, ya me cansé
de preguntarle al mundo por qué y por qué.
La Rosa de los Vientos me ha de ayudar
y desde ahora vais a verme vagabundear
entre el cielo y el mar
Vagabundear

Como un cometa de caña y de papel
me iré tras una nube, para serle fiel
a los montes, los ríos, el sol y el mar,
a ellos que me enseñaron el verbo amar.
Soy palomo torcaz
dejadme en paz.

No me siento extranjero en ningún lugar.
Donde haya lumbre y vino tengo mi hogar.
Y para no olvidarme de lo que fui
mi patria y mi guitarra las llevo en mi.
Una es fuerte y es fiel
La otra un papel.

No llores porque no me voy a quedar.
Me diste todo lo que tú sabes dar.
La sombra que en la tarde da una pared
y el vino que me ayuda a olvidar mi sed.
Que más puede ofrecer
una mujer.

Es hermoso partir sin decir adiós,
serena la mirada, firme la voz.
Si de veras me buscas me encontrarás.
Es muy largo el camino, para mirar atrás.
Que más da, que más da
aquí o allá.
Que más da, que más da
aquí o allá.


PD: Gracias JMS.

11.27.2006

Baches

Los pliegues de satín
se sonrojan cuando
los años son enanos;

Tonos carmesíes que
bailan y gozan sobre capaz
al son de lo químico;

líquidos que fluyen
por entre las grietas
de lo íntimo, lo frágil;

y usamos disfrazes tartajosos
ante la brusca audiencia,
y nunca será octubre...


Juan E. Villegas

11.23.2006

Divagaciones

Ser o no ser, esa es la pregunta. Vendería a mi madre en un bazar si pudiese preguntarle a Hamlet que putas es el ser.


Juan Esteban Villegas

11.14.2006

Pequeña Cantaleta Diurna

A eso de las cuatro y treinta de la madrugada, la llave saltó del bolsillo izquierdo de mi deshilachado jean y se incrustó en la cerradura de la puerta frontal de mi casita. Una gélida ventisca hizo que mi rostro y mis manos se pusieran rojas, como la vez aquella en la que aun siendo niño, me quemé con la plancha de vapor la cual yo pensé estaba apagada y placenteramente fría. El vecino recién salía de su casa rumbo al trabajo, y el periódico de ese día ya dormía junto mi puerta.

Para nosotros, los niños “criados al estilo Colombia”, esa no era hora de llegar. Al cerrar la puerta y echarle pasador, me encogí de hombros y apreté mis labios fuertemente, como si estos gestos fuesen a evitar que la puerta no vomitara ningún sonido. Sin dolor alguno, los números color verde fosforescente del reloj de la caja del teve-cable de la sala me recordaron una vez más lo tarde que era. Por mas despacio que intentaba caminar para no invocar a la bulla y despertar a mi mama, mi padrastro y a mi hermano, mis mugrosos tenis rechinaban bellamente contra los maderos del piso de la sala y la cocina.

Jesucristo murió en una cruz de madera; yo en un piso de madera que olía rico (esa misma tarde mi mama había trapeado con un liquido cuyo aroma estaba aun latente). Sabía que el ruido no habría podido ser echado de menos por mis padres; sabía que mi mama estaba ya esperándome para darme el sermón. Y aún así, conservaba la esperanza de poder acostarme sin que nadie notara nada y de al otro día poder levantarme y desayunar con ellos pan de queso remojado en chocolate en la mesa, sin que cuestionaran mi proceder.

No fue así.

Abrí la puerta de mi cuarto y prendí la luz. Pareciese que mi vieja estuviese levitando sobre la cama en la que tanto he llorado, apuntándome con esos ojos color azabache tan lindos que tiene, los cuales en ese instante habían abortado el semblante noble y cariñoso que siempre la ha caracterizado.

- Lindas las horas de llegar, Juan Esteban. ¿Qué tal es el servicio en este hotel? - exclamó en un tono de voz el cual me sonó cariñoso por un instante.

- Tengo siete cafés oscuros en mi cabeza y cuatro cigarrillos. Conté varios chistes, me reí en dos ocasiones y filosofé con mis amigos. ¿Qué más quieres que te diga, mami? - Respondí yo mirándola a los ojos detenidamente, para calmar sus ansias de saber si estaba o no bajo la influencia de la hierba divina que tanto detesto.

El discurso se extendió por unos cuantos minutos. Cuando están bravas, las mamas tienen la habilidad de dar a conocer sus temores de la manera más seca y lacerantemente posible. Mientras ella me hablaba, yo me dispuse a desvestirme y ponerme el pijama. Sin sentarme y con el mejor de los equilibrios, puse mi pie izquierdo en el aire y me desamarré los cordones de mi zapato. Al ver mi equilibrio ella supo que el cuento de los cafés oscuros era cierto. Era esta una guerra, una guerra dulce, sin odio, tan solo con el afán por querer demostrar que no había razón para estar enfadados el uno con el otro. Ni ella conmigo por llegar tarde, ni yo con ella al ver que tan intensa se había estado colocando últimamente a causa de mi reciente implosión social.

De un momento a otro, su cara se puso roja y lágrimas comenzaron a esquiar cuesta abajo, deslizándose lentamente por sus tersas mejillas de satín. La besé, la abrasé y le dije que se pusiera un suéter y se fuera a dormir.

Y entonces supe el porqué de mi pasión por las planchas de vapor de cuando estaba chiquito.

Juan Esteban Villegas

11.11.2006

Natalie

La plaza roja desierta, delante de mí Natalie;
tenía un lindo nombre mi guía, Natalie.
La plaza roja muy blanca,
la nieve formaba un tapiz.
Y yo seguía aquel frío domingo a Natalie...

Hablaba en francés muy sobrio,
de la revolución de Octubre.
Y yo pensaba ya, que de la tumba de Lenín,
iríamos al café Pushkín a tomar un chocolate.
La plaza roja desierta;
le tomé un brazo y sonrió;
rubio era el cabello de mi guía, Natalie, Natalie.

En su pieza de la universidad,
un grupo de estudiantes la esperaba impaciente;
reímos, mucho conversamos,
querían saberlo todo, Natalie traducía.
Moscú, los llanos de Ucrania y Les Champs Elysées
Oh, de todo se habló, después cantamos;
luego, ellos muy alegres, abrieron botellas
de champagne de Francia, luego bailamos...

Cuando todos ya se fueron
y estuvo la fiesta en silencio,
quedé yo solo con mi guía, Natalie.
Ya no hubo más preguntas sobre la revolución de Octubre;
ya no estábamos allí, se acabó la tumba de Lenín,
el chocolate del café Pushkín, todo lejos quedó.

Qué vacía se quedó mi vida,
más sé que un día en París,
seré yo quien servirá de guía... Natalie, Natalie

11.06.2006

Sacrílego

Resulte ser, a ojos de muchos, un sacrilego de siete suelas. Era sabado si no estoy mal. Me llevarían a misa de 7 en una iglesia cualquiera, de una ciudad cualquiera y con un cura cualquiera, para que alli hiciesen oficial mi descomulgación. Estaba rodeado de no se cuantos sacristanes, arzobispos, delegados del Vaticano y unos cuantos acolitos. Mi mamá estaba ahí, llorando a cantaros junto a mi abuela quien, de la rabia y el desconsuelo, ya habia reventado dos camandulas. Mi hermano no hablaba. Mi papá simplemente se acariciaba el bozo.

El misal comenzó. Todo el templo estaba lleno de incienso. Yo no veía nada, salvo las copas doradas en las que servian el vino, las cuales brillaban. Unos coros gregorianos lo mas de chimbas empezaron a retumbar en los vitrales de la iglesia.

Yo tenía puesto unos jeans, unos tennis adidas negros, una camiseta del color que tanto te gusta; azul y una chaqueta de jean. Tenía un librito bajo el brazo y sostenía una botella de agua en mi mano derecha. Me vi con una barba super túpida mas sin embargo pulcra. 33 años mas o menos tenía; la edad de Jesucristo. Estaba sentado frenta al altar, ahí, antes de subir al pulpito, donde sientan a los novios cuando se estan casando.

De un momentico a otro el volumen de la música incrementó y el humo del incienso se hizo mas denso. La voz del cura alcanzaba unos decibeles altos. Se escuchaba también un campaneo super desesperante en el fondo. Depronto, entraste por el corredor central de la iglesia, caminando muy muy despacio. Vestías púrpura. Me tocaste el hombro izquierdo 3 veces y me dijiste:

- "Si a vos Dios no te quiere en su seno; yo si te quiero en el mío. Pero ya.".


Me cogiste de la mano y salimos caminando sin afan alguno. La música paro,
el cura se ahorcó con un retazo de la sotana verde que llevaba puesta; mi
mamá dejo de sollozar y te miró con cara de agradecimiento; mi abuelita me
dijo "Juancho, lo quiero mucho mijo"; mi papá aplaudió y yo a vos te di un
beso en la frente. Nos cogimos de la mano y salimos caminando muy muy
despacio, mientras mi hermanito gritaba "Oiga niña, cuide mucho a mi
hermanito, listo?".

Juan E. Villegas

11.05.2006

La Bohemia

Bohemia de París
alegre, loca y gris
de un tiempo ya pasado
en donde un desván
con traje de Can-Can
posabas para mí y
yo con devoción
pintaba con pasión
tu cuerpo fatigado
hasta el amanecer
a veces sin comer
y siempre sin dormir.

La bohemia
la bohemia
era el amor
felicidad
la bohemia
la bohemia
era una flor
de nuestra edad...

De bajo de un quinqué
la mesa del café
feliz nos reunía
hablando sin cesar
soñando con llegar
la gloria conseguir
y cuando algún pintor
allá va un comprador
y un lienzo le vendía
solíamos gritar, comer
y pasear alegres por Paris

La bohemia
la bohemia
era y jurar
te vi, y te amé
la bohemia
la bohemia
yo junto a ti
triunfar podré

Teníamos salud
sonrisa y juventud
y nada en los bolsillos
con frío y con calor
el mismo buen humor
bailaba en nuestro ser
luchando siempre igual
con hambre hasta el final
hacíamos castillos
y el ansia de vivir
nos hizo resistir
y no desfallecer.

La bohemia
la bohemia
era mirar y amanecer
la bohemia
la bohemia
era soñar
con un querer...

Hoy regresé a París
crucé su niebla gris
y lo encontré cambiado
las lilas ya no están
ni suben al desván
moradas de pasión
soñando como ayer
rondé por mi taller
mas ya lo han derrumbado
y han puesto en su lugar
abajo un café-bar
y arriba una pensión.

La bohemia
la bohemia
que ya su luz
perdió
la bohemia
la bohemia
era una flor
y al fin murió...


C.A.

11.03.2006

Rayuela...

Capítulo 7, Rayuela.

PD: Para A. Quiñonez, estrella carniforme en cielo cucuteño.


11.02.2006

Esta cara

Esta cara que tanto odio es una cara aseada. Bañada una infinidad de veces por aguas saladas, aguas de pez y limón, aguas que fluyen por instinto, sin pedir permiso. Es una cara enjuta, que me conversa en tonos ocres y carmesíes, un rostro de ayer, de hoy, no se si de siempre. Mi cara. Esa cara que no elegí, una cara que me entristece, y que porta unos ojos negros, penetrantes, unas pupilas resentidas, tristes desde siempre, felices desde nunca. Unos ojos que gatean a unas tupidas cejas color azabache. Una cara de niño castigado, una cara malvada, que me acecha, que me persigue, que hace que yo le tema a los espejos crueles, fríos e indiferentes. Es la cara en la cual mi boca vive. Una boca que muerde labios, echa flores, besa cigarros y huele a luna, es decir a nada. Una boca común y corriente, boca diminuta, pulcra y ramera. Es una cara voluble e infantil. Una cara que ríe al llegar la noche, cuando hace parte de esas orgías del nácar a las que nunca soy invitado. Yo rento el espacio. Toca mi cara, ¡puta! Tócala, pruébame que siempre ha sido así, como de durazno huérfano.

Juan E. Villegas