6.22.2008

La Arrechera No Sabe de Periodismo


Por
Juan Esteban Villegas
New Jersey, Estados Unidos.

Acostumbrado a estar tirando cajas en un camión todo el día, vistiendo jeans ajados, tenis curtidos de grasa y camisetas de tres dólares, se me había olvidado que en el closet todavia tenía ropa elegantona, de esa que uno usa para ir a farras baratas con intereses pubertianos, adornadas con hazañas agringadas a las que uno va a aparentar lo que no es.

Desempolvé los zapatos negros de suela gruesa, los embolé y busqué las camisetas Arturo Calle que me habían traído de Colombia (con cuyo precio uno podría comprar allá un mercado hasta para dos semanas). Luego aplanché los Levi’s 527. Me bañé, me afeité, me bañé nuevamente, esta vez en Hugo Boss, compré un paquete de Marlboro, dos cajetillas de Adams y me fui a ver viejas empelota bailar.

Quería escribir una crónica llena de senos grandes, traseros que aplauden, cinturas que te acosan más que el IRS y piernas que sirven de soporte a esa iglesia estrecha, oscura y bella a la que a nosotros los hombres nos gusta tanto ir a rezar. Si había ñapa, yo no la iba a despreciar.

No mentiras. Misión periodística….no hormonal. Se lo juro por mi mamá. Yo iba por el espinazo de las bailarinas, por lo que se escondía tras esos bikini y esas ligas, más allá de la carne sabrosa que ellas exhiben y que, noche tras noche, rozan con el tubo de metal.

Me encuentro con madres, esposas e hijas, con mujeres que están cansadas de seducir y enfogonar a los hombres….mujeres para las que lo erótico resulta más aburridor que una plenaria del senado estadounidense.

Mientras me acaricia la mano, Alejandra me cuenta que no quiere volver a Colombia, su país natal. Es rubia, alta, y tiene un lunar chiquito en el cuello de esos que te trastornan. “¿Para qué? Acá tengo billete, tengo a mis hijos…vivo bien”. Me pide que le compre un martini y sigue conversando. Tengo ganas de ir a fumarme un pucho, pero ese tono de voz de paisita es magnético. “Si mi hija en algún momento decide hacer lo que la mamá hace, yo la voy a apoyar”.

Paulina, brasileña, negra, de cola y dentadura perfecta, se une a nuestra conversación. “Puta no es la que se acuesta con todo mundo, sino la que cobra por acostarse”, adhiere tras tomarse un buche de mi cerveza.

Y entonces, por un instante, el inconsciente me traiciona, le prendo velitas a Edipo y sueño con tener una mamá así como ellas, que me estruje contra esas tetas cuando me deprima por no tener papeles y no poder ir a una universidad. Una redentora, que se revuelque conmigo en un colchón así tan solo sea a manera de favor, como dice Leonardo Favio. Una mártir que escuche rocksito conmigo los viernes en la noche, con la que pueda rumbear los sábados en la noche y que le guste ver películas de Almodóvar los domingos mientras se come papitas con Coca-Cola.


Toda es quimera tan bacana se esfuma cuando recibo una llamada de la novia. Y entonces concluyo que la objetividad periodística se puede perder fácilmente cuando unas tetas de ensueño y un culo que no deja dar sueño se mezcla con el amor que le tenés a esa pelaita que se la lleva bien con tu mamá, te compra cigarrillos, te tiene de primero en Myspace y se refiere a vos dizque como “mi príncipe”.